Parque Juan Carlos I: la Estufa fría y las estaciones (Primera parte)

– OTOÑO: LA SORPRESA –

Era otoño.

Un domingo de otoño.

Como de costumbre, los de Aliapiedienfamilia habían ido a tomar el aperitivo a su bar de cañas y tapas favorito y, como casi siempre, aquél se había convertido en un entretenido almuerzo familiar, gracias también a la habitual amabilidad del personal.

Pero después de la devoción gastronómica cada cual tenía que afrontar sus obligaciones: estudiar para el examen del día siguiente, en el caso del hijo mayor; tocar el piano para la inminente clase de la tarde, en el caso de la hija pequeña; ocuparse de los niños sin dejarse seducir por la tentación de Morfeo durante la hora de la siesta, en el caso del padre, y, en el caso de la madre, dar un breve paseo para mitigar, o por lo menos intentarlo, el cargo de conciencia provocado por el contundente tapón de chocolate apenas ingerido aunque, eso sí, compartido “en familia”.

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El islote artificial con cascada

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El reflectante Centro Cultural Gloria Fuertes

Así las cosas, presa de sus remordimientos, decidió recorrer a piedi los aproximadamente dos kilómetros que la separaban del hogar familiar y, tras superar el sugestivo y reflectante Centro Cultural Gloria Fuertes, mientras dejaba a su derecha unos árboles de bronce que destacaban en el medio de un islote artificial con una cascada, se sintió irresistiblemente atraída por la puerta de metal, abierta de par en par, que daba acceso al Parque Juan Carlos I, el mismo que durante muchos años ella misma había ninguneado en favor de su amado Jardín de El Capricho.

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La pasarela hacia el Jardín de las Tres Culturas

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Las silenciosas compañeras de Aliapiedi

Sin oponer la más mínima resistencia a su instinto, comenzó a andar sin rumbo y sin destino por esa exterminada zona verde que, todavía, no dominaba en su totalidad. Dirigió sus pasos hacia el ancho bulevar principal, de forma circular, cuya decoración vegetal y coloración del pavimento evocaban los elementos típicos de las cuatro estaciones y, acto seguido, a la altura del puente que conducía al emblemático “Jardín de las Tres Culturas”, mágicamente invitada por una escenográfica alfombra de hojas amarillentas y naranjadas, tomó el camino, hasta ese momento desconocido, que bordeaba la ría central.

Decenas, puede que centenares, de pacientes tortugas de agua, la escoltaban silenciosamente en su periplo hacia el centro de ese reino verde poblado por innumerables familias de plantas que, a esas tempranas horas de la tarde, respiraban tranquilas con la única compañía de diferentes especies animales, sobre todo aves, y de unos pocos seres humanos.

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Un acuático portal parabólico

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Pasarelas atrevidas

Aliapiedi, disfrutando de esos parajes naturales que, un paso tras otro, la sorprendían con pintorescas estampas otoñales, movedizos reflejos acuáticos de cálidos colores y atrevidas líneas sinuosas de pasarelas peatonales, se dejaba ir, absorta en sus pensamientos, en un déjà-vu casi poético, hasta que su paz interior se vio quebrada por dos altos surtidores acuáticos que dibujaban en el aire un dúplice y parabólico portal tras el cual apareció una extraña estructura, hecha de columnas racionalmente distribuidas que se erguían imperiosas sobre el agua, reflejándose en ella.

Esa “cosa” le pareció el esqueleto de un moderno y estilizado templo de reminiscencias greco-romanas, desprovisto de frontón, de estatuas, de capiteles y, en general, de toda decoración, pero, a pesar de ello, igualmente impactante y sugestivo.

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La «cosa», moderna y estilizada

Mientras lo contemplaba entre sorprendida y cohibida, divisó a su lado “algo” parecido a una futurista nave espacial a punto de despegar, provista de unas alas no tan imaginarias que, sin embargo, en su quietud, componían un original techo curvo repartido en dos niveles. Los lejanos recuerdos de los dibujos animados de su infancia, como “Capitán Harlock”, y los más recientes de las películas de ciencia ficción disfrutadas en compañía de su hijo mayor, la asaltaron con toda su fantasiosa intensidad y, presa de la curiosidad, decidió que, fuera lo que fuera aquello que, emergiendo de las aguas, había tomado cuerpo al otro lado de ese canal, no podía dejarlo pasar por alto, ni conformarse con mirarlo, y admirarlo, desde la lejanía, esforzándose en frenar su impulso de  zambullirse en las frías corrientes de la ría para alcanzar directamente su objetivo, evitando dar muchos rodeos por ese territorio que la estaba desorientando, en todos los sentidos…

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«Algo» parecido a una futurista nave espacial

Las fuerzas misteriosas de antes, invisibles inquilinos del parque, que convivían pacíficamente con su flora y su fauna, la habían llevado adrede hasta allí. No era casualidad y ella lo sabía, de modo que tenía que someterse a su voluntad. Dicho y hecho, cuando estaba a punto de lanzarse hacia una nueva aventura, esta vez en solitario, sin su familia, y más bien “a nado” que “a piedi”, un sonido raro, metálico, no precisamente agradable, empezó a retumbar en el interior de su cuerpo, o puede que de su alma, o, más bien, en el bolsillo de su chaqueta, que albergaba su móvil de penúltima generación. Era un mensaje de Hangouts de su hija, la única preocupada por su retraso, posiblemente porque era la única que no había sucumbido ante Morfeo, ni quedado atrapada entre las garras de un monstruo inglés llamado “Natural Science”.

Fue sólo entonces cuando Aliapiedi reparó en que había transcurrido más de una hora desde que se había separado de su familia y que las luces naturales del cielo de Madrid se iban apagando poco a poco para dejar protagonismo a las estrellas.

Ese aviso de su hija era, sin duda, una nueva, y muy real, señal, así que tenía que alejar rápidamente los pájaros que sobrevolaban su cabeza y abandonar, por el momento, la idea de nadar hacia ese insólito lugar para explorarlo a fondo, por fuera y por dentro.

Y así, después de haber tranquilizado a la pequeña con unos cuantos mensajes acompañados por unas pintorescas fotos tomadas durante su improvisada excursión, aceleró la marcha, siguiendo el curso de la ría y dejando a un lado otros puentes, pasarelas, cascadas, geyser, láminas de agua e islotes artificiales con canoas amarradas a sus rocas, hasta alcanzar nuevamente el anillo central, dejando atrás ese intrigante elemento arquitectónico, puede que fruto de un espejismo, desprovisto, por ahora, de un nombre y de una identidad.

[Continuará…]

Categorías: PARQUES Y JARDINES | Etiquetas: , , | 4 comentarios

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4 pensamientos en “Parque Juan Carlos I: la Estufa fría y las estaciones (Primera parte)

  1. Pingback: Parque Juan Carlos I: La Estufa fría y las estaciones (Segunda parte) | Aliapiedi... por Madrid en familia

  2. ¡Genial! Ciertos criterios. Manten este liston es un post estupendo. Tengo que leer màs posts como este.

    Saludos

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  3. Pingback: Historia de una amistad, una foto y su estupendo uso final: “Aliapiedi… en Dublín”. | Visions of Life

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